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Porque salí de Chiapas desnuda y rota. No pude. No fue verdad lo que un día había pensado y sentido: que yo pertenecía. Que yo podía vivir como ellas, que yo podía luchar siempre y ser de las imprescindibles. Nunca he odiado tanto a Bertold Brecht y su frase de “hay quienes luchan un día…” Yo me creía de las imprescindibles. Lo que ocurrió es que constaté algo muy duro aunque favorable: la gran diferencia entre mis compañeras indígenas y yo, era que yo me podía ir. Yo sí podía elegir. Ahora puedo afirmar algo que quiero destacar: Ese es el Norte. Poder irse. Poder salir y entrar, pero sobre todo, no necesitar estar.
Ahí sí comprobé que yo era del Norte.
Hace ya un tiempo una buena amiga de este blog, que conoce nuestras inquietudes y nuestro interés en intentar conocer otras realidades, experiencias de rebeldía, de construcción de lo común, de reflexión colectiva (todo ello en el más amplio sentido de la palabra), no para copiarlas sino para intentar aprender de ellas e incorporar de esa sabiduría popular ajena acumulada lo que pueda ser útil en nuestro aquí y ahora, decíamos, esa buena amiga nos hizo llegar un texto titulado Más allá del feminismo: caminos para andar, (Red de Feminismos Descoloniales, México 2014). Es un texto colectivo, pero hoy queremos centrarnos exclusivamente en uno de ellos, que para nosotras ha supuesto un regalazo tremendo por muchas razones.
Se trata del texto cuyo título utilizamos para el de este post ENCUENTROS CON LO COMÚN DE UNA FORASTERA. Política y vida en el laberinto, escrito por Guiomar Rovira. Leído el párrafo del texto que encabeza esta entrada, habrá quien piense que Guiomar es una de las no pocas personas, habitualmente jóvenes, que bien aprovechando alguna brigada organizada, bien por otra vía menos habitual, se acercó a Chiapas un verano, o unas semanas o meses a hacer “labor internacionalista”, y se dio de bruces con una dura realidad, muy distinta a su idealización, que la superó. Nada más lejos de la realidad.
Guiomar es una mujer nacida en Barcelona en la década de los 60, quien ya desde muy joven tuvo experiencias de militancia política en diversos campos (ambiente libertario, okupación, punk, feminismo, antimilitarismo…) a quien el levantamiento zapatista de 1994 la pilló en Chiapas, y no precisamente de turismo (por aquel entonces trabajaba de periodista ‘free-lance’ para medios catalanes). Gracias a ella tuvimos por estas tierras el primer testimonio fiable de lo que suponía el nuevo Zapatismo, a través de su libro ¡Zapata Vive! (editado el mismo 1994) escrito en base a los testimonios directos de las mujeres y hombres que formaban las comunidades que integran el EZLN y el zapatismo. Sobre Guiomar ya comentamos en su día lo mucho que nos gustó su tesis doctoral(“La red transnacional de solidaridad con la rebelión indígena de Chiapas y el ciclo de protestas contra la globalización”).
Por eso, por venir de alguien con la experiencia del recorrido que tiene Guiomar (que bastantes años después dejó Chiapas, pero sigue afincada en México) nos ha impactado más aún el texto que hoy os acercamos. Hay varias razones de peso para ello.
En primer lugar, porque es terriblemente difícil encontrar alguien que esté dispuesta a mostrarnos la desnudez completa de su alma, su corazón, sus sentimientos, sus contradicciones y miedos en la experiencia de su compromiso político, como hace Guiomar de una forma sublime en el texto. Y esa franqueza rotunda abre de par en par puertas y ventanas a nuestra reflexión en aspectos fundamentales que casi nunca se abordan.
En segundo lugar, porque nos ofrece una perspectiva de la realidad de las comunidades zapatistas de alguien que, como reconoce la propia Guiomar, fue Sur, aunque no dejara totalmente de ser Norte. Y es que, como relata en la parte de su texto (en la que nos centramos en esta reseña) previa al párrafo con el que se inicia este post:
Yo fui y me sentí parte como nunca en la vida en Chiapas. Fue entre las insurgentes que yo encontré a mis hermanas. Fue en las comunidades más remotas donde conocí a mi abuela, la iaia Pepita. Nunca he pertenecido tanto a nada como a nosotras, a ellas. Recuerdo a la mayor Ana María y la manera en que me jalaba la chamarra: éramos amigas desde la primera vez en que nos miramos a los ojos en la catedral de San Cristóbal de las Casas durante el primer diálogo de paz. Nos reímos: ¿Cuántos años tienes? 26. Las dos teníamos 26. Identificación generacional. Identificación de género. Identificación de extranjería. Identificación al fin en la política, eso lo miré en sus ojos y ella en los míos. Algo profundo, algo que hermana. Hermanas de lucha. Nos dio una enorme risa.
Y luego, como nunca surgió lo común. De lo común surgieron nuestras voces que se enredaron en el relato que escribimos juntas y que se publicó como Mujeres de maíz, que yo firmé. Y que no me arrepiento de haber firmado porque es lo único que yo podía aportar. Ellas aportaban todo: sus vidas. Por eso me dieron sus palabras, para incluirme, para ser ellas. En las noches y con una grabadora, en las tardes en el sopor canicular. Mirando las estrellas. Y lo más bonito que me ha pasado en la vida fue el regalo de acogerme y de hacerme sentir, quizás por primera vez en mi vida, en casa.
Mi lucha es su lucha. Y cada quien hace lo que puede en su trinchera, la que tiene a mano.
Y, en tercer, y probablemente más importante lugar, porque pensamos que muchas de las reflexiones, sentimientos y vivencias que Guiomar nos traslada de su ser Norte en ese Sur de las comunidades chiapanecas, salvando todas las distancias, pueden tener su aplicación en el trabajo que muchas de nosotras realizamos en nuestros barrios. No somos pocas las que vivimos en el Casco porque lo hemos elegido, y por eso no debemos perder de vista nunca lo que Guiomar nos cuenta:
la gran diferencia entre mis compañeras indígenas y yo, era que yo me podía ir. Yo sí podía elegir. Ahora puedo afirmar algo que quiero destacar: Ese es el Norte. Poder irse. Poder salir y entrar, pero sobre todo, no necesitar estar.
Ahí sí comprobé que yo era del Norte.
Por eso también, para quien como nosotras apostamos por el impulso de la comunidad vecinal autogestionada del Casco, es todo un reto plantearnos cuestiones como éstas que nos acerca Guiomar refiriéndose a las mujeres indígenas (que en nuestro caso son esas personas vecinas del barrio, que ni tan siquiera han tenido o tienen la opción de esa elección):
¿Somos capaces de despojarnos de nuestras certezas, de esas identidades defensivas que nos aseguran un lugar privilegiado en el mundo, y compartir simplemente nuestra humanidad e intentar pensar en común? ¿O sólo saben hacerlo aquellas personas que no tienen más remedio, aquellas personas que ya están excluidas de todo? Nos conocen mejor ellas a nosotras que nosotras a ellas…
Entonces, ¿cómo le podemos hacer para intentar escuchar a las mujeres que no pueden elegir?
Testimonios, reflexiones, experiencias y preguntas de Guiomar que son el mejor de los regalos para algo tan necesario siempre como la interpelación y el autocuestionamiento de algunas o muchas de nuestras prácticas y perspectivas que, a menudo, desarrollamos por cierta inercia, sin demasiada consciencia. Y es que compartimos con Guiomar también una de sus últimas reflexiones:
Para concluir, creo que es un deber no rechazar lo que no encaja, no aplicar la lógica del tercer excluido propia del pensamiento occidental numérico. Hay que poder decir lo que duele, lo que rompe lo común. Sin ocultarlo, sino expresando la contradicción de lo desagradable, de lo inquietante.
Lo dicho, mucho que reflexionar, analizar, debatir, compartir y desmenuzar de este magnífico texto-testimonio regalo que nos llega de Guiomar. No dejemos ni una miga de este manjar, y acerquémoslo a nuestras mesas siempre que nos sea posible. Nos va mucho en ello.